06 abril 2019

LOS COLORES DEL INCENDIO


En una reciente entrevista concedida al periódico ABC, Pierre Lemaitre se autodefine como el último de los escritores del siglo XIX.
Lo que en principio pareciese ser un pretencioso título para un escritor del siglo XXI, adquiere plena certeza con la lectura de su última novela, Los colores del incendio, continuación de la celebrada Nos vemos allá arriba, donde se narraban las aventuras y desventuras, sobre todo estas últimas, de dos amigos a los que la Primera Gran Guerra une en desgracia: Albert Maillard y Édouard Péricourt. Novela por la que le fue concedido el Premio Goncourt, que no es cuestión baladí al tratarse de la mayor condecoración para un escritor en el país con más raigambre literaria del mundo: Francia.

Así pues, considerarse miembro del mismo club de Emile Zola, Gustave Flaubert, Guy de Maupassant, Pierre Loti, Paul Bourget, Edmond de Goncourt, no supone ningún gesto de arrogancia de Lemaitre, y su nuevo libro refrenda esta camaradería aunque resulte extemporánea.
En efecto, el ritmo narrativo y el nervio estilístico de Lemaitre, en esta nueva novela, es el de un avezado folletinista del siglo XIX. No nos confundamos, no utilizo este adjetivo en el sentido peyorativo que a veces suele concedérsele; el término folletín suele ser atribuible a obras dirigidas a porteras o amas de casa que se publicaban por entregas en los periódicos, lo que sin duda les confería poca calidad en la presentación, no en el contenido. Pero esta adscripción a un público a priori poco exigente, resulta ser absolutamente injusto. Por folletín me refiero a la narración con giros dramáticos tan hábiles que hacen que el lector lamente la cercanía del final por lo que está disfrutando y se apresure a comprar el próximo número del periódico que la contiene. Esto solo lo conseguían los maestros, no en vano los reyes del folletín fueron Honoré de Balzac en Francia y Charles Dickens en Inglaterra.
Los colores del incendio es la historia de una venganza. Considerada globalmente, la trama no es original. Me recuerda El conde de Montecristo, intercambiando a Edmundo Dantés por Madeleine Péricourt y, eso sí, en un menor número de páginas. En síntesis, el argumento se inicia con la caída en desgracia de Madeleine, una rica heredera, a la que una tragedia familiar y la posterior traición, urdida por sus allegados, la sume en el abismo de la miseria, hasta que llega la oportunidad de llevar a cabo su venganza, lo que constituye el núcleo de la historia.
Pero al margen de esta similitud argumental folletinesca, que espero no disuada al potencial lector, no se engañen. La novela es una delicia.
Ambientada en el París de entreguerras, el autor hace gala de un conocimiento de época que demuestra el prolijo trabajo de documentación que hay detrás. La prosa ágil y fresca jamás se detiene en hechos irrelevantes que resulten fatigosos o innecesarios, y la fuerza de los personajes conforman una historia verosímil y absolutamente empática, página tras página, dejando un regusto en el lector a las novelas realistas de los grandes narradores decimonónicos franceses citados al principio de esta reseña. De ahí la comparativa.
Toda la novela es la demostración palpable de la versatilidad de este escritor, cuyo eclecticismo temático continúa fascinándonos, tanto con relatos de esta naturaleza, como con la serie de las cruentas novelas policíacas del comisario Camille Verhoeven, o las vicisitudes de una pobre víctima de la reciente crisis económica en su anterior novela Recursos inhumanos.
Los amantes de la literatura estamos de enhorabuena con la aparición de esta nueva novela. Y si la publicasen en folletín, no me daría llegada la hora de la apertura del kiosco para conseguir el ejemplar del periódico que imprimiese el siguiente capítulo.

José M. Ramos
Pontevedra, 6 de abril 2019